Por Gustavo Bolivar
Aunque no compartí sus luchas en el M-19, ni lo acompañé en su brillante paso por el Congreso, ni formé parte de la Bogotá Humana, en su primera experiencia administrativa hubo un detalle en Gustavo Petro que me permitió conocerlo y admirarlo profundamente. Acababa de terminar su traumático paso por la Alcaldía y supe, por los medios de comunicación, que su sueldo estaba embargado y que la Contraloría Distrital le acababa de imponer una multa, impagable y exagerada, de $200 mil millones por haber bajado la tarifa de Transmilenio a los pobres. A través de Liz Ariza, la odontóloga que nos atendía, coincidencialmente a Verónica, la esposa de Gustavo, a mi expareja y a mí, supe de la crisis económica que estas decisiones habían provocado en su familia. Yo acababa de inmigrar a Estados Unidos y, a pesar de que no lo conocía personalmente, desde allí, el 6 de diciembre de 2016, le escribí este mensaje privado por Twitter: “Tocayo, esto de la multa es una cochinada terrible. Mi solidaridad completa y un ofrecimiento desinteresado. No sé cómo estén sus finanzas, pero si necesita algo para movilizarse, yo con gusto puedo aportarle $10 millones en este momento. Sé que no es mucho, pero me interesa que siga exponiendo sus ideas. Si los acepta me dice dónde le consigno. Un abrazo”.
Lo hice porque antes de irme a vivir a Estados Unidos organicé marchas contra la corrupción, entregué Premios Carroña a los buitres de la patria, marché contra la destitución de Petro por parte del exprocurador Ordóñez y apoyé iniciativas a favor de la transparencia en los recursos públicos. Sentí que dejaba huérfana esa lucha. Entonces me dije: si no voy a estar luchando en Colombia, apoyaré a quienes lo hacen. Ese es el origen del ofrecimiento que media hora después Petro me respondió: “Gracias Gustavo, por ahora me defenderé. Más tarde ya veremos”.
Un hombre que en plena crisis económica rechaza esa suma, pensé, es un hombre digno, un hombre desprovisto de ambición. Empecé a admirarlo más y a compartir sus tuits continuamente. El 13 de febrero de 2017 recibí un mensaje suyo en el que me decía: “Me parece que deberíamos construir una lista al Senado capaz de cambiar el Congreso. Deberías estar allí”. Le dije que lo pensaría, al tiempo que le reiteré mi disposición a colaborar en su campaña. En diciembre, diez meses después, luego de ires y venires acepté integrar la lista al Senado, y desde ese día hasta hoy he compartido los mejores momentos de esta campaña maravillosa, que él califica como “mágica”. Comenzó con la recolección de 850 mil firmas sin tener en las arcas de la campaña un solo peso. Esas 850 mil personas se convirtieron en 2’850.000 votos en la consulta y esas 2,8 millones fueron 4’800.000 en la primera vuelta. Con la seguridad que lo caracteriza, asegura que si hoy nos convertimos en 10 millones de personas, ganaremos la Presidencia.
Pero vayamos por orden. Antes de iniciar la campaña le sugerí que se tomara un descanso con su familia, porque sabíamos que se avecinaba un arduo trabajo que se extendería por varios por meses. Entonces lo invitamos, junto con su esposa, a nuestra casa en Miami. Aceptó a regañadientes. Primero porque le preocupaba dar unos días de ventaja a sus contrincantes y, segundo, porque no le gusta Miami. Dice que es una ciudad sin vida cultural, y en parte tiene razón. En parte porque eso está cambiando.
Allí convivimos durante cuatro enriquecedores días de comienzos de enero. Tener un hombre de la talla intelectual y de la estatura moral de Gustavo Petro en tu casa, durante días, es algo comparable a un semestre de estudios en la mejor universidad del mundo. Sabe de todo, y todo lo explica con una paciencia pedagógica que pocos poseen. Hablamos de economía, de libros (acababa de leer La economía del cambio climático, de Michael Stern; El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, y La tercera revolución industrial, de Jeremy Rifkin”). Trató de resumirlos, pero sintetizar es una de las pocas virtudes que no posee, así que las charlas se extendían por horas.
Una noche, en medio de unas cervecitas, hablamos de música. Antes de irnos a dormir me pidió que le pusiera unas canciones, un tanto nostálgicas, que lo trasladaron a su aguerrida juventud. Escuchamos Violeta Parra; Las casas de cartón, de Alí Primera; Playa Girón, de Silvio Rodríguez, y una que otra de Mercedes Sosa. Me sentí mamerto y feliz a la vez. Le conté que hacía unos meses tuve la grandiosa oportunidad de conocer, en La Habana, a Silvio Rodríguez durante el concierto que los Rollings Stones dieron en la isla. Ese día me di cuenta de que lo suyo no era el castrochavismo. Ni siquiera conocí a Fidel, me dijo. La ideología del M-19 nunca tuvo nada que ver con el comunismo, aseveró. Dijo que la de Báteman era una propuesta más nacionalista, pues en el interior del movimiento consideraban que tanto el comunismo como el capitalismo habían fracasado como sistemas socioeconómicos.
Otra noche, porque los días los ocupaba en leer y tuitear, hablamos de arte, de cultura y de culturas. Ahí explicó que la ausencia de oferta cultural le disgustaba de Miami. Le conté que en Midtown existía un barrio que se llamaba Winwood, que se había hecho famoso en el mundo por sus gafitis y me pidió que lo llevara. Nos trasladamos hasta allí y quedó fascinado. Admiró con paciencia cientos de murales, de gran calidad y significado, plasmados por artistas, la mayoría anónimos, pero poderosos en términos cualitativos. Gustavo se sentía en su salsa. Un barrio lleno de galerías de arte y de artistas plasmando sus talentos en vivo. Y es que Petro fue un gran impulsor del arte callejero en Bogotá. Dice que la inclusión social es la clave de la seguridad en las ciudades. Y lanzó sus estadísticas, de las cientas que recuerda: “En Bogotá, apoyando el arte y la cultura entre los jóvenes de los barrios pobres, redujimos los índices delincuenciales en un 36 %”.
El día antes de regresar a la batalla, como lo dijo cuando abordaba el avión, fuimos a dar un paseo en lancha por la bahía de Bal Harbour. Llegamos al muelle de un restaurante de la calle 79 en la zona de North Bay Village. Mi expareja y Verónica se tomaron unas fotografías, desprevenidas en la playa. Con total serenidad, pero sin ocultar su preocupación, les dijo: “Cuidado las ponen en las redes sociales porque me acaban”. Y razón no le faltaba. Lo hubieran acabado. Yo alcancé a imaginar los tuits: “Petro, comunista hijueputa en un yate” o “mientras habla de justicia social este guerrillero asqueroso se da la gran vida en Miami”. Pues para que lo sepan, todos los gastos, desde los tiquetes hasta la última cena, las costeamos con mi familia. Petro no tiene ahorros. Vive al día. Un amigo de Miami, de los que cree que la política se hizo para enriquecer a politiqueros, me dijo que no entendía cómo un hombre que había sido alcalde y que había manejado tantos billones de pesos no tenía dinero. Le respondí que eso tenía una simple y sencilla explicación: Gustavo no roba.
De esos cuatro días me quedaron dos lecciones. La primera: que Petro no es como lo pintan. Petro no es como lo ha vendido la prensa ni sus contrincantes. El Petro que conocí es un hombre humilde, orgulloso de lo que sabe, que no es lo mismo que prepotente, un tanto tímido, lo que suele ser confundido con engreído, y por sobre todas las cosas, un hombre humano. Lo del eslogan no es estrategia de marketing. Bogotá Humana, Colombia Humana y si pudiera Planeta Humano, son conceptos que nacen de una convicción profunda: el ser humano y su dignidad. Que se traduce en el sujeto con derecho a tener derechos, está por encima de cualquier cosa que lo destruya. Es el eje fundamental de cualquier política. Es la razón de ser de cualquier lucha. Por eso el énfasis de su programa de gobierno es lo social. Lo mortifica el sufrimiento de sus semejantes y lo indigna la explotación humana. Palabras como esclavitud, injusticia y dignidad están presentes en todos sus discursos.
La segunda lección que nos dejó tiene que ver con la percepción que se tiene del Petro político. Uno sabe que viene de la izquierda, pero hay una contradicción latente en su ideología, pues la mayoría de sus propuestas son sencillamente liberales, progresistas y, si se quiere, “socialdemócratas”. Habla de capitalismo social, reforma agraria, justicia social y de la función ecológica del Estado social de derecho, que son conceptos que introdujo la Constitución de 1991. Meses después, luego de firmar sus compromisos en mármol ante Antanas Mockus, juró defender esa Constitución de la cual el M-19 fue coautor.
Después vino la campaña, la sorpresa, el delirio, lo que él llama el paroxismo, pero que para muchos fue, sencillamente, la locura. Primero organizó unos cuadros con sus amigos de antaño y con algunos exfuncionarios de la Bogotá Humana, delegó la elaboración de su agenda y conformó un grupo interdisciplinario para armar su plan de gobierno. Se sabe rodear. Cree en la ciencia, en las estadísticas y en el conocimiento. Es exigente y regaña, pero no maltrata. Todo mundo le corre porque sabe que es perfeccionista. Lo hacen con agrado, con cariño, y lo que es mejor, de forma voluntaria. Una vez estuvo lista la estructura y la estrategia se lanzó a las calles. Todo empezó con algunas caminatas por Barranquilla, Soacha, Bosa en Bogotá y una más en Suba. La gente salía a saludarlo con entusiasmo, pero empezamos a temer por su seguridad porque al inicio de la campaña le habían reducido la escolta y los cuatro agentes que lo custodiaban no daban abasto ante los cientos de personas que le salían al paso. Pero fue en Valledupar donde el asunto de las caminatas se desbordó. Esa tarde, durante una visita que hicimos al mercado popular, fue tanta la gente que fue a saludarlo, a hablarle, a contarle sus problemas, a tocarlo, que no pudimos avanzar más de una cuadra en dos horas. Temimos por su seguridad. Tocaba tomar decisiones. El jefe de escoltas consideró que era necesario salir del lugar. No había garantías.
Esa noche tomó una decisión: estamos maduros para ir a la plaza pública. Quiero plazas llenas. Hay que trabajar mucho para eso. Esa fue la directriz y ahí empezó lo que el llama “mágico”. Miles de personas en toda Colombia trabajando para realizar esas manifestaciones. Gente humilde compartiendo su pobreza para imprimir volantes, afiches, pasacalles. Las primeras grandes manifestaciones fueron en la costa. A Cartagena, a Valledupar y a Sincelejo llegaron miles de personas reflejando en sus rostros esperanza. Sin pedir nada a cambio, cantando el coro que compuso Antanas Mockus en 2010 el día que reconoció su derrota frente a Santos: “Yo vine porque quise, a mí no me pagaron”.
Terminó realizando más de 80 manifestaciones en todo el país. Algunas como las de Cali, Popayán, Pasto, Ibagué, Neiva, Pereira y Armenia, con más de 20 mil personas, o las de Barranquilla y Bogotá, que contaron con más de 50 mil almas. Calcula que más de un millón de personas salieron a verlo y a escucharlo y recuerda que ese fenómeno no ocurría desde Jorge Eliécer Gaitán. Eso lo enorgullece enormemente. Habló más de 160 horas y acuñó al final de cada discurso una frase que, me consta, hizo llorar de emoción a miles de seguidores: “Me llamo Gustavo Petro y quiero ser su presidente”.
Perdió la voz en varias ocasiones, aguantó hambre porque dice que político que come no gana y hasta sufrió un atentado y medio. El atentado fue en Cúcuta. Ese día yo estaba dentro de la camioneta que lo llevaba al Parque Santander y me dio por transmitir en vivo, como siempre lo hice, porque alguien nos anunció que en los alrededores del lugar había una cantidad de gente hostil a la campaña que acababa de descender de siete buses. Al llegar nos recibieron a piedra y el conductor de la camioneta tomó la decisión de salir espantado del lugar. Petro se enojó bastante porque considera que es una derrota arrodillarse ante lo que el enemigo pretende. Entonces regresamos y el resto de la historia está registrada en el video. Le dispararon en cuatro ocasiones al carro. El video está en las redes para el que quiera verlo. Y aunque el fiscal salió a decir que unas simples piedritas habían roto el blindaje de la camioneta, los expertos consultados por la W Radio y unos peritos que contratamos confirmaron que sólo un proyectil a gran velocidad podía causar un daño semejante.
En la primera manifestación que hicimos en Medellín me permitió hablar y me quise dar un lujo que terminó en regaño. No quería desaprovechar la oportunidad para decirle a Uribe en su propia tierra que me iba a esforzar desde el Senado para conseguir las pruebas que lo llevaran a la cárcel. Al llegar a un apartamento donde dormimos esa noche, me dijo que eso no se hacía. Que él quería llevar su campaña con amor y sentenció el regaño con una enseñanza: al tigre hay que dejarle una salida o se te lanza encima. Diga que lo quiere llevar a la JEP, que con saber la verdad al país le basta. Siempre habla con sabiduría.
Unos días antes, en Quibdó, sucedió algo entre misterioso y sospechoso. El otro medio atentado. Los hombres de seguridad nos recogieron en el aeropuerto en una camioneta blanca blindada. En ella nos trasladamos a un evento en un restaurante de la ciudad y, al salir del mismo, apareció la camioneta blanca de nuevo. Subimos desprevenidamente. Antes de arrancar noté que los ventanales estaban muy transparentes y los golpee con los nudillos. No era blindada y le preguntamos al conductor qué había pasado. Dijo que la otra camioneta se había dañado. Petro tomó la decisión de bajarse. Al momento apareció la camioneta blindada que teníamos antes. Le preguntamos al conductor qué daño había sufrido y nos dijo que ninguno. ¿Le iban a hacer un atentado ese día? Nunca lo sabremos.
Lo único cierto, y esto ya es un logro en el país de la intolerancia, que Gustavo Petro es el único candidato que desafía al establecimiento, el único que se ha enfrentado a la clase política corrupta de Colombia y no muere en el intento. Para la muestra siete botones: Uribe Uribe, Gaitán, Pardo Leal, Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Álvaro Gómez.
Y pase lo que pase hoy, como dijo su hija Antonella, ya Petro es un ganador. Triplica la máxima votación de la izquierda en toda su historia y deja un legado a las ciudadanías libres, como las llama: no se rindan, no resignen sus sueños, el cambio está en sus manos.
Si se convierte en presidente, pasará a la historia como el gobernante que hizo posible el sueño de una Colombia Humana, justa, menos desigual, próspera, decente en el manejo de sus recursos públicos, autosostenible en términos ambientales y lista para una era de paz. Si sucede lo contrario, lo veremos luchando hasta el día de su muerte porque jamás bajará los brazos. Es un luchador, terco como él solo, un guerrero en toda la extensión de la palabra. Me llamo Gustavo Bolívar y quiero que Gustavo Petro sea mi presidente