Margarita Rosa y el pacto histórico

Hace no muchos días Margarita Rosa de Francisco leyó en alta voz una proclama ciudadana que fue oída por millones de colombianos a lo largo y ancho de Colombia. Se trató de un documento cuyo propósito era el de lanzar electoralmente una lista cerrada que representaría una buena parte del bloque de organizaciones políticas y sociales que han venido haciéndole oposición política al gobierno colombiano. Si bien estos tipos de manifiestos suelen tener como protagonista a un varón, y, además, político, en esta ocasión fue leído por una mujer quién, entre otras cosas, ha estado al margen de la vida electoral. Esto no sólo conmocionó el mundo de la opinión, sino que despistó a los medios que cubrieron la noticia porque era la primera vez que un evento de esta naturaleza contara con el rostro y la voz de alguién que no aspiraba a ser elegida, pero que sí promueve a que sean otros los elegidos; una contorsión performática muy poco común en un país en el que no se espera que una actriz participe del teatro de los hombres, que es el teatro del Estado.

En este momento la actriz no se presentaba desde un escenario de televisión, sino que hablaba desde la biblioteca de su casa. Aparecía sin haber memorizado los parlamentos dramáticos a los que se somete una actriz durante la grabación de alguna escena; en esta oportunidad su actuación no obedecía a los intereses de ningún canal, es más, la forma de su apariencia era la de alguién que se encuentra al margen de la producción simulada de algún personaje de telenovela. En esta ocasión el escenario y su actuación se salían de los estándares de la tele. Ella se disponía a leer un texto que habían compuesto decenas de organizaciones de la vida real, de la vida del campo, dónde vive la gente que antes la ha visto en sus televisores. La proclama recogía un monólogo en primera persona del plural. Aunque su rostro es el mismo que todos hemos amado desde nuestros hogares, esta vez ella era “muchos otros”, un “nosotros”, un coro. En el canto de su voz cada línea de esa proclama cobraba un sentido actoral también, uno en el que la mayoría de colombianos olvidados y oprimidos interpelaba al poder constituyente para que aprovechara los próximos comicios para darle una oportunidad a otro tipo de asociatividad, a otra forma de acercarnos a la política. Ahora ella era dirigida a actuar por el pueblo, y en esta actuación, nos invitaba a actuar junto con ella en una escena magnífica y central a todo teatro: el coraje para decidir, para votar. Una trama dramática de capital importancia para entender la ciudadanía.

Dicho comunicado llevaba como título “Las Listas de un Pacto Histórico” y se emitió en vivo por distintas plataformas. Su duración fue más bien corta —apenas diez minutos— y en ella se trazó una lectura de la actual situación que vive el país. El propósito de la alocución convocaba a la audiencia a considerar la importancia de lograr una mayoría parlamentaria en las dos cámaras del poder legislativo: senado y cámara de representantes. La institución insígne de la democracia, de la vida electoral. Nada más y nada menos que el símbolo repúblicano de la dignidad ciudadana. En ese documento se expresó la voluntad de un movimiento significativo de ciudadanos que procura —a pesar de los múltiples escollos que ha sufrido para tener su propia personalidad jurídica— llevar adelante un proyecto político capaz de radicalizar la aplicación de la Constitución de 1991: un país que se organice legalmente como un Estado Social de Derecho, esto es, un territorio que proteja los intereses del movimiento social. Un país que se atreve a constituirse a sí mismo un medio para instaurar una era de paz en su propia tierra, a rehacer su historia.

Y era muy importante que esa noción estuviera pronunciada por una mujer como Margarita Rosa de Francisco. Ella, quien ha sido aclamada por su trabajo dramático y literario, dejaba de lado su capital artístico —que es invaluable— y se salía de los marcos de la ficción, se ponía del lado de la historia y de sus movimientos de cambio. En ese paso del mundo de lo ficticio al de la historia estaba mediado por la voz de una mujer desde su lugar real, desde su casa, desde su éxodo. En este manifiesto una mujer anunciaba a la patria —que es la aldea de algún Padre— la resolución popular de ponerle fin a esa estructura machista que ha relegado a las mujeres a ser simplemente personajes del entretenimiento. En la fuerza de su voz hablaban las miles de mujeres que vienen encontrando eco en las propuestas para nombrar una Colombia que sea antes que cualquier otra cosa, humana, y no un aparato, una máquina, como lo ha impuesto la política de los antiguos varones. Margarita interpretaba ese manifiesto el papel de la partera que asiste el nacimiento palpable de una forma concreta de ser, la de una voluntad de un pueblo que se decide por la vida que se materializa en dejar vivir a los otros, una Colombia en la que nos resulte manifiesta la paz entre quienes hemos sido paridos en ese terruño. Pues, así como no hay historia sin parto, no habrá país si no son sus mujeres las que actúen el teatro de la política; pues toda ciudadanía comienza en el nacimiento, en el parto.

Es un pacto histórico que no busca la pomposidad de convertirse en un acontecimiento para la vanidad o la pedantería, no. Durante todo el texto se notaba como cada una de sus partes se resistía a quedar atrapada en la retórica. Lo histórico evocaba una invitación a ver esa Colombia que nos han querido desdibujar en los medios, la Colombia que está detrás de cada taza de café que tenemos cada mañana sobre la mesa. Hablaba el texto de recuperar esa nación que quieren condenar al olvido; que algo sea histórico significa que es algo que nos trasluce lo presente, lo que no ha dejado de ser. Llegar a la historia significa asistir la voz de esos millones a quienes les ha sido negada para disentir, de oponerse, de protestar. Hacerse historia es oler a las calles que han llenado de gases lacrimóginos, a la pólvora con la que han asesinado a nuestros niños y jóvenes, a la cocina de tantos de nuestros hermanos y hermanas que hacen milagros para multiplicar el pan; hacerse del lado de la historia es trabajar para que se materialice la justicia, el perdón, la verdad; algo histórico, en el contexto colombiano, puede ser simplemente cuidarnos mutuamente para poder permanecer vivos. En esa proclama que leía Margarita Rosa estabamos todos y cada uno de quienes tenemos otra historia que contar.

Una vez se respete la vida de quienes tengan otra historia que contar, viene el pacto. Otra palabra a tener en cuenta. Se hablaba allí en ese documento de la naturaleza de un acuerdo humano —que es el pacto— que sea capaz de resistir el peso de la paz cuando esta se hace historia; se requiere de una fuerza social tal, que abrace con firmeza y determinación la gravidez —que es también la metáfora del parto—que supone alumbrar el perdón entre los hermanos que por siglos se han odiado. Eso logra el pacto que se hace historia, detener la guerra entre los hermanos, detener el sacrificio de la vida de los otros. En esa alianza que se funda en el amor al trabajo (el pan) y el respeto del ocio (vino) se hace la unión entre los hermanos que están a punto de matarse. En el nuevo pacto, ese que hace historia, se acercan los hermanos y las hermanas a contarse mutuamente sus testimonios de dolor, se oyen con el propósito de entender, de entenderse, de in-tenderse ante el otro.  Y lo más hermoso de ese nuevo pacto es que no se funda nunca más en la sangre sino en el agua y en su significado vital; en la lectura hecha por Margarita Rosa, de principio a fin, se habla de un pacto que se hace al borde de nuestros ríos, de nuestras aguas, de la fuente que riega nuestros valles y montañas. Ese pacto histórico nos sumerge a todos en el agua del amor a la tierra, y con ella sus animales, sus divinos seres a quienes les viene dedicado todo pacto: uno en el que los volvemos a reconocer como nuestros hacedores y quienes son los autores de cada uno de los dones que como seres humanos podemos tener.

A ese manifiesto quiero responder —con cada uno de los animales que me hacen ser la persona que escribe y habla esto— que me hago historia, me hago pacto; bajo el agua, junto al pan y con el vino quiero celebrar junto a mis hermanas la era de la reconciliación que nos debemos en ese rincón de las américas. Y tú, ¿te haces pacto e historia también?

Alexander Morea-van Berkum

Alexander Morea-van Berkum

Estudió teología en la Universidad de Middlesex (Reino Unido) donde escribió su tesis sobre fenomenología e interculturalidad (2018). Actualmente escribe su disertación doctoral para la Universidad Libre de Ámsterdam sobre fenomenología del perdón. Ha sido consultor en materia de Derechos Humanos ante la Corte Penal Internacional y las Naciones Unidas sobre la situación actual de los Acuerdos de Paz en Colombia. También es miembro del comité editorial para la revista de estudios Interculturales Tussenruimte donde mantiene una columna dedicada a la crítica de la religión. Es miembro honorable de la Diaconado de la Iglesia Protestante Holandesa donde asesora proceso comunitarios de integración intercultural (leefgemeenschap)

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