Luto Nacional

Una pesada contradicción lleva el decreto 083 que expidió el presidente para declarar en todo el territorio colombiano su pesar por los miles de muertos que ha dejado la pandemia. Resulta que en el mismo documento en el que se considera la devastación de la epidemia, como un asunto sólo de datos, fechas y medidas en materia de políticas públicas, el presidente no se detiene a hacer ninguna consideración directa, y menos genuina, de lo que significan tantas muertes —más de 50.000—, y, sobre todo, de lo que implica eso para una democracia. En cambio, sí se detiene a todo detalle e interés en componerle al ministro de la Defensa un sentido pésame que sea signo nacional; un tipo de símbolo en el que quepan todas las victimas mortales del virus del Covid19.

Al menos encuentro una contradicción en ese sentido de su pésame, y es que use la figura de Estado más cuestionada de todas. El Ministerio de la Defensa en Colombia ha sido, desde que tenemos uso de razón constitucional —texto que, por cierto, ayudó a componer el difunto Holmes Trujillo— el lugar desde el cuál se han ejecutado los más espeluznantes y macabros crímenes de lesa humanidad. Es una oficina del buró nacional responsable de ejecutar —y en esto habría que apelar a la literalidad—a muerte a miles de ciudadanos en todo el territorio nacional por sus ideas políticas. Tal llega a ser la ignominia de esta oficina y la de sus ministros que la única huella que dejan en la memoria nacional, y en la del mundo, es la de haber dirigido sus fuerzas militares hacia los más crueles e inimaginables atropellos contra las libertades democráticas. A tanto llega la herencia de ese despacho de la barbaridad, que llaman Ministerio de la Defensa, que ya tenemos un juicio indicativo de responsabilidades penales sugerido por la Fiscalia de la Corte Penal Internacional contra importantes personajes de este ministerio. Hay que reconocerle algo aquí al presidente, y es que atinó al menos en hacer compatibles dos tragedias nacionales: la de la epidemia y la del terrorismo de Estado. Ambas representadas en el deceso de un ministro de la Defensa.

Esta contrariedad que al parecer vemos todos quienes estamos fuera de la Casa de Nariño, no la ve el mismo Jefe de Estado; o al menos no demuestra él el más mínimo esfuerzo en pensar lo que realmente implica dejar en el imaginario del país un signo de ese calibre al azar. O sea, dejar a la suerte de quien resultara ser el primer muerto de su gabinete la oportunidad para condolerse de la tragedia que aturde hoy al mundo entero, es cuando menos una mueca a la grandeza que supone su dignidad como Jefe de Estado. Resulta tan débil el gesto, tan escaso en su fuerza, que es más notoria la contradicción de su intensión que la consolación que se supone en un momento de tragedia nacional como este. Se ve ahí en la desidia una profunda marca de la personalidad del mandatario: Ivan Duque, el indolente.

Lo que nos queda a la oposición, o al menos a quienes nos enunciamos desde el otro lado del poder, es al de lidiar con el duelo por el reverso de la representatividad. Es decir, nos queda claro a todos que hasta para tejer un símbolo común, al menos uno capaz de superar las enormes diferencias éticas y políticas que nos dividen a unos de otros, no hay presidencia. Ivan Duque será reconocido en los anaqueles de la historia, no solo como el hombre más indolente de nuestra república, sino el más incapaz de todos. Su falta de liderazgo llega a proporciones tan intolerables que ni siquiera en un acontecimiento tan humano y tan universal como lo es la muerte, muestre él la delicadeza de poner de lado sus propias preferencias políticas. Tanto o peor es esta pertinancia de su parte, que incluso hasta los más crueles dictadores que ha dado la humanidad han llegado a mostrar niveles de afecto popular muchísimo mejor elaborados que estos que ofrece el presidente colombiano a su ciudadanía.

Y lidiar con el duelo así deriva en otro duelo, uno de naturaleza combativa. No por nada ambas palabras sean sinónimas: el duelo de sentir la conmiseración por la partida del prójimo y el que se da a muerte entre los enemigos. Sobre este entendido uno bien puede interpretar el documento que aquí nos ocupa —el de la declaración de duelo nacional— como uno donde se honra más la acepción revanchista del dolor, que aquella otra, donde se expone con firmeza la vulnerabilidad compartida. Así las cosas, lo único que queda es disputarle entonces (y aquí soy consciente de que voy a jugar el rol del Indolente) al gobernante el uso del lenguaje con el que busca cubrir la realidad del luto, y atreverse al genuino dolor. No ese que posa de doliente, sino uno que es capaz de llevarlo al diálogo con los otros, uno que procure la empatía; una virtud todavía muy lejana en el imaginario del poder en Colombia.

Alexander Morea-van Berkum
Alexander Morea-van Berkum

Alexander Morea-van Berkum

Estudió teología en la Universidad de Middlesex (Reino Unido) donde escribió su tesis sobre fenomenología e interculturalidad (2018). Actualmente escribe su disertación doctoral para la Universidad Libre de Ámsterdam sobre fenomenología del perdón. Ha sido consultor en materia de Derechos Humanos ante la Corte Penal Internacional y las Naciones Unidas sobre la situación actual de los Acuerdos de Paz en Colombia. También es miembro del comité editorial para la revista de estudios Interculturales Tussenruimte donde mantiene una columna dedicada a la crítica de la religión. Es miembro honorable de la Diaconado de la Iglesia Protestante Holandesa donde asesora proceso comunitarios de integración intercultural (leefgemeenschap)

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