Cada mañana en voz baja mientras salgo de mi casa para ir al trabajo pido a Dios sabiduría e inteligencia para saber discernir entre lo bueno y lo malo.
Crecí en un país ruidoso, viendo a mis padres recibir promesas constantemente de políticos conservadores mientras ellos se quejaban de la situación permanente de pobreza que nos rodeaba en casa. Perdí a mi padre a los 13 años, pero desde los 11 trabajaba para ayudar a mis padres. A los 13 pase directo a ser adulto, sin ir al colegio ni pasar por la universidad, tome las responsabilidades de un hombre de 30, sin saber absolutamente nada de la vida, excepto que mi padre se había ido esperando el mundo mejor que los políticos prometían para sus hijos.
Desde niño fui un revolucionario que nunca estuve conforme con la mayoría de las cosas, mi problema es que las manifestaciones de protesta eran dentro, muy dentro de mí, así que mi boca siempre estuvo cerrada y pese al malestar seguí caminando por el sendero de las ovejas mansas.
Un día del año de 1998, me encontré un libro, no tenía idea de lo que era, pero los colores de la bandera de mi país plasmada en su portada me hicieron abrirlo, comencé a leerlo, tenía que repetir mucho los párrafos pues hacía mucho no leía y se me dificultaba con frecuencia entender, paradójicamente me encontré allí el mundo perfecto, el mismo que mi padre tanto espero hasta el día de su asesinato, se llamaba la constitución política de Colombia.
Vi en ese pequeño libro cientos de derechos que nos debería brindar el estado, pero al mismo tiempo comparaba la realidad y no comprendía porque no sucedía, nunca había imaginado que los ciudadanos colombianos tendríamos derecho a tantas cosas bonitas, fue una completa sorpresa. Ese día dije, si en las próximas elecciones estoy vivo, me meteré en política, pues ya saben, a los jóvenes nos asesinan más rápido en Colombia. Viví para participar, y comencé mi lucha por la defensa de los derechos fundamentales que la Constitución nos brindaba, y de ahí aprecio una nueva figura, el exilio, lo que también me llevó a abandonar la lucha.
Años después la acogí de nuevo, prometiendo nunca más separarme, con el gran deseo de ayudar y aportar a esta búsqueda de la victoria popular.
Es por eso que hoy cuándo veo a nuestros hombres y mujeres batallando en las calles, siento la necesidad de contribuir en el cambio que el país requiere, esos jovencitos y jovencitas que se pelean desde las plazas públicas son los responsables del futuro próximo de la patria, ellos necesitan que ahora usemos las palabras que hemos guardado durante años, porque tal vez no estarían allí si nosotros siendo responsables no hubiéramos permitido que los gobiernos asesinos sin ideologías sociales se mantuvieran en el poder por siglos.
Nos faltó revolución a los viejos, nos faltó responsabilidad y empatía, nos faltó gallardía para enfrentar a tiempo el mal, ahora nuestros hijos están en la calle, dando sus vidas para subsanar nuestro error. Ellos, (nuestros hijos) no le dejarán a sus hijos el país que nosotros les ofrecimos, ellos han sabido tomar la decisión de PELEAR y mantener constancia en la batalla, han caído y se han vuelto a parar, se han pintado las manos y con su camiseta han cubierto sus rostros, como la única armadura posible que aunque no resiste las balas, si les da la fuerza que les ha convertido en guerreros y guerreras que luchan 24 horas seguidas contra un estado que nos robó los sueños y ahora a ellos (los jóvenes) también sus vidas.
La sangre corre a ríos por las calles derramada por un estado asesino que prefiere masacrar personas antes que darles dignidad, primero armaron las tanquetas mientras las bibliotecas carecen de libros. Primero mataron a Lucas, a Pedro, a Carlos, a Juana, a María y Clara, antes que dialogar, solo se dialoga con grupos armados con armas que disparan balas, pero nuestros muchachos no están aptos para el dialogo porque son solo mechudos armados con coraje y dignidad que con su brazo en alto empuñan la fuerza que grita que el pueblo requiere salud, educación, vivienda y respeto a la vida. Contra estas armas es que el estado responde a tiros desapareciendo vidas y cuerpos.
Deberíamos todos los padres estar en primera línea, que cada bala disparada por un policía después de leer un trino de Álvaro Uribe, caiga sobre nuestros cuerpos para qué así paguemos nuestra responsabilidad por el silencio guardado y la vida de nuestros hijos se mantenga viva en un estallido de revolución que logre vencer al opresor. Si los viejos no debemos aún morir, nuestros jóvenes tampoco, de ellos es esta nación.
No esperemos a que Jesús aterrice en la mitad de la ciudad de Cali para derrotar al maligno, pidamos a él la fuerza para luchar, invitémosle a luchar a nuestro lado. Oremos sin dejar la batalla, la victoria será del pueblo.
Lloro a los caídos en esta batalla, les pido perdón no haber enfrentado antes la realidad, nunca debieron pedir dignidad para unos viejos que los dejamos morir.
Gener Usuga
Activista político y líder social