El precio de la libertad, es un voto.

Foto: Angelica Vanessa Vargas

 

Desde el sentimiento popular que me acompaña desde la infancia, desde esa época donde César Gaviria nos cortaba la electricidad algunas horas, desde la época donde asesinaron 5 candidatos a la presidencia instaurando con ello una dictadura narco paramilitar en el país que perdura hasta hoy y, que asesina todo lo que huela a cambio, debo convocar una vez más a la revolución ciudadana que enfrente y derrote de una vez por todas a voces que llaman a alzar las armas contra civiles inocentes poniendo como normal el asesinar mujeres en embarazo y niños a los que luego tildan como máquinas de guerra.

No soy un comandante para llamar a la batalla, pero soy un defensor de la vida creyendo además que esto todavía tiene arreglo, lo que genera el sentido que da la fuerza y la fe para luchar.

«Somos más, los pobres y los humildes somos más», decía mi padre el día que las balas acabaron con la vida de Luis Carlos Galán. «Entonces no sé por qué nos dejamos matar». Y tenía razón el viejo (QEPD). No sé por qué la unidad nos quedó grande, no sé por qué los egos siguen siendo el dueño de nuestros deseos. No entiendo por qué todos queriendo el cambio, soñando el mismo país, las mismas ventajas, y aún queriendo todos la libertad y la igualdad, nos mantenemos divididos.

Hemos crecido en un estado que nos preparó y nos educó para mantenernos en permanente división. Los gobiernos de casi toda nuestra historia encontraron en la educación de mala calidad, la manera perfecta de sostenerse en el poder. Y nosotros creímos que aprender a leer y a escribir era estar educados.

Nos metieron en la cabeza que había que aspirar a que nuestros hijos e hijas no fueran como nosotros, y efectivamente cuando se graduaron de bachillerato ya no quisieron más el campo y se fueron a la ciudad, y sus padres, aunque solos en la huerta, estaban orgullosos de que su descendencia por fin no olería más a tierra y maleza. No sabiendo que les estaban condenando a padres en hijos a la esclavitud permanente. Tampoco entendieron que la tierra que quedaba huérfana ahora sería de aquellos que felices enseñaban que el progreso era en la ciudad.

Nos educaron para no cultivar más, ahora debíamos ser celadores y amas de casa, pero en la ciudad, ya no cultivaríamos más el tomate y la cebolla, ahora iríamos empujando una carreta y vendiendo esos mismos productos por las calles de la capital, pero era la capital al fin y al cabo, ya no era el caserío donde libremente se corría entre los matorrales, aquellos dónde jugando a las escondidas dejaron el sabor del primer beso, en la mejilla por cierto, pero que impidió dormir por días. El caserío donde una vieja fonda con olor a caballo era el centro comercial.

Hoy ya no volveremos al campo, la costumbre nos hará quedar por fuera en las selvas de cemento, pero podemos cambiar para que la estadía sea con dignidad. No es tan complicado de entender, no se requieren más conocimientos que aquellos que ha dejado la vida en el paso por la carretera que condujo millones de personas de un lugar a otro sin retorno.

Tenemos que mantener la revolución sin armas, que la palabra sea superior a cada disparo. Tenemos que vencer los temores, los egos y avanzar, sangre se ha derramado en nombre de la llamada libertad que nos mantiene esclavos, pero la liberación está cerca, si, cercano está el día del grito del negro, del indígena, de la negra y la indígena, del campesino y la campesina, un grito que se escuchará en cada rincón, por qué así como desde cada región se escucharon nuestros llantos y súplicas clamando, por favor no me mate, no mate a mi esposo, no asesine a mi hijo, no nos roben la tierra, ahora se oirá a una sola voz, en un solo momento, LIBERTAD, SOMOS LIBRES, LIBERTAD, POR FIN SOMOS LIBRES.

Los campos florecerán, en medio de las balas que se seguirán disparando camino a la prisión, pero esas balas ya no van a derramar sangre, y entonces la maestra volverá a la vereda, y el cura llegará también cada mes a dar la misa, y los evangélicos volverán a tocar la puerta. El café tendrá sabor a vida y no a paramilitar.

 

Gener Usuga
Activista político y líder social

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