Gustavo Petro llegó a la presidencia de Colombia prometiendo un gran “acuerdo nacional” entre patrones y obreros, entre terratenientes y campesinos, entre explotadores y explotados. “El empresariado hoy debería ser consciente que sus negocios solo prosperan en una convivencia social más justa. Esa convivencia es la base de un nuevo pacto social”, aseguraba Petro.
La propuesta era que esa colaboración de clases llevaría al desarrollo capitalista y a la prosperidad para todos, al alivio de las consecuencias brutales del capitalismo, a un acuerdo donde “todos ganan”. Pero a escasos 8 meses de gobierno, el 26 de abril Petro admitió que “La invitación a un pacto social para el cambio ha sido rechazada”, por lo cual debió cambiar su gabinete ministerial.
Desde entonces mucho ha sucedido, incluyendo el despido del embajador colombiano en Venezuela y la jefa del despacho presidencial; el cambio de tono en los discursos de Petro y el aumento de la persecución judicial liderada por el fiscal general Francisco Barbosa, un funcionario que no fue elegido por voto popular, usa todo el peso de su maquinaria judicial para anular el resultado electoral de junio 2022, escudándose cínicamente en la “separación de poderes”.
El papel de la prensa y la fiscalía.
Mientras Barbosa arbitrariamente allana oficinas de gobierno, públicamente desconoce al presidente e invita a las fuerzas armadas a la sedición; los medios de comunicación tradicionales, que no son más que los voceros de los banqueros y terratenientes, redoblan su feroz arremetida mediática contra el gobierno. Algunos medios como Semana se han quitado los guantes y abandonado cualquier pretensión de objetividad y escupen su propaganda directamente a la cara del pueblo. Esto y mucho más comprueba que de hecho el utópico “pacto social” fue rechazado por la oligarquía.
La feroz y descarada campaña de calumnias y desinformación ha dejado al descubierto una vez más que los medios de comunicación no son otra cosa que los voceros pagados de los banqueros, terratenientes y capitalistas criollos; son sicarios de micrófono y teclado al servicio de los poderosos. Pero, aunque el gobierno de Petro sea el recipiente directo de las intensificadas calumnias de Semana y los otros medios de desinformación, la verdad es que el objetivo de sus ataques es mucho más amplio. A quien realmente odian los dueños de la prensa, que son los mismos dueños de todo el país, es a las masas de explotados que durante varios años de movilización han elevado, relativamente, su autoestima, han adquirido experiencia y ahora tienen la insolencia de soñar con una Colombia mejor.
Lo que realmente odian los banqueros y sus aliados es que ahora hay una gran parte del pueblo que piensa que si es posible cambiar las miserables condiciones de vida a los que se les había sometido por tanto tiempo. Lo que buscan es quebrarnos el lomo, paralizarnos, desmoralizarnos, para que regresemos a nuestras casas y lugares de trabajo desesperanzados, con la cabeza gacha y resignados a la voluntad del patrón.
No es coincidencia que la fiscalía, la misma entidad que ha conducido una siniestra campaña de entrampamientos judiciales contra los participantes de las protestas del 2021, sea la misma institución que en 2023 este dirigiendo la campaña de asedio judicial contra el gobierno de Petro. El estado busca disciplinarnos, quiere castigarnos para que aprendamos a “comportarnos”, que abandonemos la idea de que un mundo mejor es posible, que perdamos fe en nuestras propias capacidades.
Espacio democrático
La burguesía utiliza su poderío para cerrar el espacio democrático que pagamos con el sudor y la sangre de nuestros mártires durante las movilizaciones de los últimos años. Durante el estallido social del 2021 muchos obreros que otrora difamaban de “guerrilleros” a aquellos que en el barrio expresaban ideas consideradas de “izquierda” o “radicales” se vieron participando por primera vez en su vida en el movimiento social y aprendieron en carne propia el verdadero papel de la gran prensa y la gravedad de la criminalización de la protesta.
Muchos de ellos vieron como Semana y los otros medios de desinformación los tildaban de “terroristas” y “guerrilleros urbanos” por acompañar las barricadas de la denominada “Primera Línea” que surgieron como respuesta espontanea a la represión policial. Represión que termino asesinando más de 80 participantes, lesionando cientos más y entrampando docenas de inocentes que llevan ya 2 años en las mazmorras del régimen como castigo por haber participado en las protestas.
Hoy en los barrios, colegios, fábricas y plazas de Colombia hay más espacio para compartir ideas y debatir. Es ese intercambio de ideas, ese dialogo entre oprimidos, es eso lo que tanto asusta a los terratenientes, industrialistas y banqueros quienes activan a sus medios de desinformación, su poder estatal, sus ejércitos legales e ilegales y su poderío comercial para cerrar este espacio por medio de la satanización del movimiento social, la represión policial, el entrampamiento judicial y las amenazas de huelga patronal y saboteo económico.
Huelga patronal
Para cerrar ese espacio democrático que tanto les asusta, la burguesía está dispuesta a todo, incluso al saboteo comercial y a la huelga patronal como lo anunciara Vargas Lleras amenazando a la clase obrera con despidos masivos: “antes de que pasen las reformas vamos a sacar a miles y miles de personas”. Esta amenaza provoca indignación en muchos que con sinceridad mantienen ilusiones en el inexistente “pacto social”, en el imaginado “acuerdo nacional”.
¿Pero que más podría esperarse? Los capitalistas no han sido expropiados, lo cual los deja con todo el poder de decidir quien trabaja o quien no, quien come o quien aguanta hambre, quien vive o quien muere. ¿Entonces porque indignarnos o asombrarnos de que van a usar su poder para lograr sus objetivos? Lo sorprendente sería que no lo hicieran.
Como respuesta a la persecución política, judicial y mediática contra su gobierno, Petro hace un llamado público a la movilización pacífica, invitando a las masas colombianas del campo y la ciudad a defender masivamente las reformas sociales propuestas por el gobierno para así lograr el cambio prometido en la campaña electoral. Del grado de movilización popular depende el éxito de las reformas, “llegaremos tan lejos como el pueblo quiera”.
¿Y entonces?
¿Como debería responder la clase trabajadora al llamado de Petro a movilizarse masivamente? Este 7 de junio, un año después del triunfo electoral que llevaría a Petro la presidencia, miles de colombianos marcharon en las ciudades del país en respuesta a la convocatoria del presidente colombiano. La gran prensa alega que la participación fue muy baja mientras los simpatizantes del gobierno afirman que fue masiva. Cualquiera que sea la verdad esta no será la última confrontación, nada se ha definido todavía.
Es en las calles donde se decidirá este episodio en la lucha de clases. Es en las calles donde nos enteraremos que tanto se puede reencender la chispa popular luego de que por tanto tiempo se le echara agua a la pólvora con promesas utópicas y desmovilizadoras de “reconciliación de clases”; con el fomento de esperanzas en el electoralismo burgués “la revolución es en las urnas” y con el fomento de alianzas imaginarias entre explotadores y explotados. Es en las calles donde tendremos oportunidad de continuar aprendiendo, acumulando experiencias, abriendo espacio democrático y construyendo una verdadera alianza entre oprimidos.
Lo que está en juego es la capacidad del pueblo trabajador de organizarse y luchar por mejores condiciones de vida, de participar en la vida política del país y de resistir la embestida capitalista que busca hacernos pagar por la crisis mundial de un sistema obsoleto incapaz de solucionar los problemas de la humanidad.
El pueblo obrero del mundo debe solidarizarse con las clases trabajadoras y campesinas en Colombia, debemos apoyar ese llamado a la movilización popular en defensa de nuestros intereses de clase independiente de quien sea el presidente de turno. Todos a la calle, es hora de que escribamos nuestra propia historia, hay un mundo entero por liberar.