Convención Nacional Campesina, el renacer del agro colombiano.

La Esperanza

Renace la esperanza del campesinado colombiano, ya que con la elección y posesión del nuevo gobierno se puede ilusionar, pensar, creer y avizorar, a raíz de sus consideraciones y propuestas, que las condiciones geográficas, agronómicas y ambientales de carácter natural, que proporcionan a Colombia ventajas comparativas sobre cualquier otro país, logren dar  el timonazo económico, político, ecológico y social necesario para el cambio de rumbo que requiere esta nación para poder estructurar unas sociedades cimentadas en el trabajo colectivo o individual, tanto agropecuario como industrial, rural o citadino, generando un comercio local y exportable alrededor de un medio ambiente protegido y defendido, teniendo en cuenta a las fuentes hídricas como su centro principal, en busca de desarrollar un progreso unificado sobre postulados ecológicos, naturales, humanos y sanos.

Después de más de 20 años de desidia institucional, el campesinado colombiano ve una luz al final del túnel, pues el cambio de dirigencia política pueden ser los inicios de una nueva cultura empresarial y progresista que tenga en la equidad y en la justicia social el fundamento de su desarrollo económico, y no se siga sosteniendo y manteniendo la perniciosa cultura narco que se apropió de todos los estamentos sociales e instituciones del Estado por medio del abuso de poder además con la apropiación y acumulación violenta de la tierra.

La Convención

El pasado domingo 4 de diciembre finalizo la Convención Nacional Campesina. Una de las promesas de campaña del actual presidente Gustavo Petro fue la de hacer de Colombia una potencia Alimentaria en el continente, sustentándose en la industrialización de la producción agropecuaria. Y esta promesa para ser cumplida pasa por el impulso de la educación y la participación democrática de los pequeños y medianos productores y la mujer campesina como eje fundamental del futuro del agro colombiano. Después de muchos años, de miles de activistas, líderes y lideresas asesinadas en campos, pueblos y carreteras a lo largo del territorio nacional, de ver como el estado y los grandes empresarios abandonaban el campo para importar lo que en Colombia se sembraba, esta Convención es un soplo de aire fresco para el sector agrario colombiano.

El golpe económico

Después de la apertura económica del año 1992, Colombia perdió la competitividad en el campo. Grandes porciones de tierra pasaron a engrosar el inventario de terrenos destinados para ganado de producción de carne y lácteos, donde en otros tiempos se sembraban cebada, trigo, ajonjolí, papa y hortalizas de rotación en clima frio.

También el Clúster Algodón/Textil/Confección vio finalizar su bonanza al final la década de los años noventa. Lo que fue una de las industrias que mayor número de puestos de trabajo ofrecía, además de llegar a ser uno de los gremios más potente del país se vieron sumergidos en la más profunda crisis económica y social. Junto al café, el sorgo, el maní, el arroz en los climas templados y cálidos de Colombia, los que más sufrieron los embates del neoliberalismo de Cesar Gaviria Trujillo y su ministro de Hacienda Rudolf Holmes Rodríguez, no fueron más que miles de familias campesinas. 

El tejido social y la familia campesina

Los últimos treinta y dos años han sido testigos de la manera de ver cómo, detrás de unas cifras macroeconómicas, se esconde el sufrimiento diario de miles de familias campesinas por su mínima subsistencia. A través de subsidios de supervivencia, el estado colombiano les negó la dignidad de trabajar la tierra y poder vivir dignamente de su trabajo. No digamos ya la carencia de pensiones campesinas, las oportunidades para hacer del campo un proyecto de vida digno y la reivindicación de la mujer rural como eje de la economía campesina.

Muchos dirigentes campesinos tuvieron que salir del país, al ver su vida en constante peligro por mejorar la calidad de vida de nuestro campesinado. Muchas fueron las luchas para lograr grandes logros en leyes, decretos presidenciales y reformas que nunca terminaron de fortalecer el pequeño y mediano productor campesino. Todo se traducía en paños de agua tibia, pero nunca en profundidad, para dar solución a la soberanía alimentaria que nuestro país requiere.

Mercadeo Agropecuario, el cuello de botella

Después del desmantelamiento sistemático de las estructuras de mercadeo agropecuario en Colombia, que a través de sus soportes al productor y de generar los precios de sustentación que eran el soporte de la agricultura entre los años 60 y 80 del siglo pasado, el sector del mercadeo agrícola y pecuario de nuestro país fue “tierra de nadie”, o mejor dicho de las grandes superficies que es como se conoce a las grandes marcas comerciales como los centros de acopio de la producción agropecuaria a través de sus ejércitos de compradores intermediarios, donde son ellos los que imponen los precios sin tomar en cuenta los costos reales de producción.

Efectivamente, llegaron los tenebrosos intermediarios que se enriquecieron a espaldas del campesinado, colocando los precios de los productos, generando mafias en cada territorio y amenazando al campesino que, si no le vendían en exclusiva a ellos, simplemente su cosecha se perdía. Hoy en día hay producción, pero no hay, en muchas oportunidades la posibilidad de sacar el producto por vías en condiciones, además de ignorar y despreciar la importancia que tiene el transporte férreo como el mejor medio de transporte, incluyendo las vías fluviales como complemento pero que ante la desidia dirigencial se están deteriorando y perdiendo esta posibilidad, la cual debe ser recuperada, o los costos se incrementan por el alto precio de los combustibles y la mano de obra para sacarla de los centros de producción.

La esperanza es hacer del campesinado colombiano un motivo de orgullo para la nación. Lo que otrora fuera un modelo de trato despectivo hacia la gente, debe ser el motor de un cambio en las relaciones campo/ciudad, productor/consumidor final y a la vez un vehículo articulador para la reconciliación y al final, la paz total que nuestro país necesita.

No queda duda alguna que esta Convención Nacional Campesina es una esperanza para nuestras familias campesinas.

Cordial agradecimiento al Ingeniero Agronomo Octavio Cruz por sus valiosos aportes al presente documento.