Por Yonatan Mosquera, Londres
Este domingo 19 de junio se llevará a cabo la vuelta final de las elecciones presidenciales en Colombia. Luego de haber derrotado a los candidatos del establecimiento en la primera ronda, los finalistas son Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
La primera vuelta reflejó el cansancio generalizado con los partidos políticos tradicionales, la repulsión hacia las instituciones políticas corruptas, el odio masivo hacia el gobierno de Iván Duque y un deseo de cambio en un país en crisis clasificado entre los más desiguales del mundo.
El senador Petro, exintegrante de la guerrilla y exalcalde de Bogotá, se postula como líder del “Pacto Histórico”, una coalición electoral reformista de varios partidos de centro y de izquierda ampliamente apoyada por sindicatos y organizaciones de base en el campo y la ciudad. Su compañera de fórmula, Francia Márquez, una mujer negra de la clase trabajadora, es una activista, ecologista, abogada y líder política inmensamente popular. El dúo promete ser “el cambio que Colombia necesita”, ya que sería la primera vez en la historia de la República que el palacio presidencial sería ocupado por personas ajenas a la élite gobernante.
Hernández, imputado por corrupción, es un magnate de la industria de la construcción y exalcalde de Bucaramanga apoyado por la “Liga de Gobernantes Anticorrupción” que tiene un lema simple pero resonante en uno de los países más corruptos del planeta: “no mentir, no traicionar, no robar”. Su candidata a la vicepresidencia es, como la de Petro, también una mujer. Marelen Castillo, ingeniera e investigadora académica, juró ayudar a Hernández a “drenar el pantano” de “políticos corruptos y sinvergüenzas” resolviendo así los problemas de pobreza y violencia que aquejan desde tiempo inmemorial a la población de esta nación sudamericana.
Ambas campañas defienden la propiedad capitalista y ambas se comprometen a administrar el estado capitalista por el bien del pueblo. Petro busca estabilizar el capitalismo mediante reformas progresistas mientras que Hernández propone un gobierno pequeño y austeridad. Sin embargo, sería un error asumir que estas elecciones son solo dos propuestas diferentes para administrar el estado capitalista. De hecho, hay una cuestión más fundamental, que une a las masas de trabajadores rurales y urbanos desempleados, semi-empleados y plenamente empleados con los estudiantes, los negros, las comunidades indígenas, las mujeres y todos los oprimidos que anhelan el cambio: la cuestión de los derechos democráticos.
La apertura del espacio democrático para fortalecer nuestra capacidad de organizarnos y luchar por una mejora de las condiciones de vida y defender nuestros intereses de clase es una cuestión vital para el pueblo trabajador y sus aliados. Hernández ha dejado claro que sofocar y cerrar el reciente espacio democrático ganado por la lucha será central en su proyecto de gobierno.
Hernández ha anunciado sus intenciones de gobernar por decreto: “a partir del primer día de mandato” al declarar “Conmoción Interna”. Similar a un estado de emergencia, esto transferiría más poder de la legislatura (Congreso) al ejecutivo y le daría más libertad para atacar los derechos democráticos e imponer restricciones a la capacidad de las personas para organizarse y resistir la voluntad del presidente. Con su demagogia «anticorrupción» y «antisistema», Hernández busca engañar a las masas para que acepten su régimen bonapartista, una presidencia de «un hombre de destino» que atesora un poder cada vez mayor y centralizado, necesario para «salvar la nación” de una amenaza existencial, en este caso “burocracia y corrupción”.
Una victoria de Hernández sería el resultado de una masa dispersa, amorfa y muy heterogénea que lo elegiría con la esperanza de un “cambio radical” junto a los seguidores de los “uribistas” y otras fuerzas políticas de todos los espectros de la política burguesa en Colombia.
La facción “uribista” de la clase dominante, liderada por el expresidente Álvaro Uribe, controló la presidencia durante 20 años y aunque quedó herida de muerte en la primera vuelta electoral, sigue viva y con capacidad de metamorfosearse para servir a sus intereses de clase. El gobierno de Hernández contaría con el apoyo abierto de la mayoría de las facciones de la burguesía y las clases terratenientes, quienes intentarán un ataque inmediato a los derechos democráticos para adormecer el resurgimiento del movimiento de masas que ha ido en ascenso desde el paro nacional de 2019 y el estallido social de 2021 que condujo al derrocamiento de reformas regresivas a la salud y el sistema tributario.
Por otro lado, la fuerza del líder socialdemócrata Gustavo Petro proviene, en gran medida, no de su programa de colaboración de clases, su “alianza entre empresarios y trabajadores” sino de la experiencia reciente de luchas de clases donde masas de obreros, campesinos, estudiantes, sindicalistas, mujeres, minorías étnicas y otros explotados se han identificado abiertamente con su programa y el de Francia Márquez. Una victoria del Pacto Histórico elevará la moral de los trabajadores y los oprimidos, una gran proporción de los cuales verán una victoria de Petro como una reivindicación de su difícil situación y, por primera vez en la historia de la nación, un gobierno atento a las demandas del pueblo.
El resultado de las próximas elecciones presidenciales colombianas no decidirá por sí solo el futuro de la lucha de clases. No habrá una entrada garantizada al paraíso ni un descenso apocalíptico a los infiernos. Esto los decidirá la propia lucha de clases, que no puede reducirse meramente a la política electoral.
Sin embargo, una victoria de Hernández conducirá a una desmovilización inmediata, aunque no duradera, de grandes sectores de las masas explotadas que habían apostado por una victoria de Petro como “el próximo paso natural” después de la insurrección del año pasado. A pesar de su inmadurez política, su comportamiento espontáneo y en gran parte desorganizado, y sus ilusiones generalizadas con respecto al estado burgués, estas masas han estado forjando un espacio democrático, construyendo vínculos entre sí, participando en discusiones políticas y adquiriendo más confianza en sí mismas mientras luchan con uñas y dientes contra el régimen tiránico del bonapartismo “uribista”. Lo han logrado a través de una lucha feroz contra un régimen brutal y asesino para el cual ninguna barbarie está fuera de la mesa cuando se trata de defender las prerrogativas de las clases explotadoras.
Los trabajadores con conciencia de clase y sus aliados deben apoyar una victoria de Petro e independientemente de los resultados de las elecciones, deben unirse hombro con hombro a las próximas luchas de masas que serán inevitables toda vez que la clase latifundista, capitalista y banquera buscará sofocar nuestra resistencia y hacernos pagar con nuestras extremidades y vidas por la crisis del capitalismo depredador y voraz.
Por Yonatan Mosquera, Londres